Un fragmento de "LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR"
-¿Y tú? -me dijo, doblando y guardando la mantilla en el ropero-. ¿Es cierto que estás
..."con la Julita? ¿No te da vergüenza? ¿Con la hermana de la tía Olga?
Le dije que era cierto, que no me daba vergüenza y sentí que me ardía la cara. Ella
.también se confundió un poco, pero su curiosidad miraflorina fue más fuerte y disparó
hacia el blanco:
-Si te casas con ella, dentro de veinte años serás todavía joven y ella una abuelita. -Me
tomó del brazo y me despeñó por las escaleras hacia la sala-. Ven, vamos a oír música y
allá me cuentas tu enamoramiento de pe a pa.
Seleccionó un alto de discos -Nat King Cole, Harry Belafonte, Frank Sinatra, Xavier
Cugat-, mientras me confesaba que, desde que Javier le contó, se le ponían los pelos de
punta pensando en lo que pasaría si se enteraba la familia. ¿Acaso nuestros parientes no
eran tan metetes que el día que ella salía con un muchacho distinto diez tíos, ocho tías y
cinco primas llamaban a su mamá a contárselo? ¡Yo enamorado con la tía Julia! ¡Qué tal
escándalo, Marito! Y me recordó que la familia se hacía ilusiones, que yo era la esperanza
de la tribu. Era verdad: mi cancerosa parentela esperaba de mí que fuera algún día
millonario, o, en el peor de los casos, Presidente de la República. (Nunca comprendí por
qué se había formado una opinión tan alta de mí. En todo caso, no por mis notas del
colegio, que nunca fueron brillantes. Tal vez porque, desde chico, les escribía poemas a
todas mis tías o porque fui, al parecer, un niño revejido que opinaba de todo.) Le hice
jurar a la flaca Nancy que sería una tumba. Ella se moría por saber detalles del romance:
-¿La Julita sólo te gusta o estás templado de ella?
Alguna vez le había hecho confidencias sentimentales y ahora, puesto que ya sabía, se
las hice también. La historia había comenzado como un juego, pero, de repente,
exactamente el día en que sentí celos por un endocrinólogo, me di cuenta que me había
enamorado. Sin embargo, mientras más vueltas le daba, más me convencía que el
romance era un rompecabezas. No sólo por la diferencia de edad. Me faltaban tres años
para terminar abogacía y sospechaba que nunca ejercería esa profesión, porque lo único
que me gustaba era escribir. Pero los escritores se morían de hambre. Por ahora, sólo
ganaba para comprar cigarros, unos cuantos libros e ir al cine. ¿Me iba a esperar la tía
Julia hasta que fuera un hombre solvente, si alguna vez llegaba a serlo? Mi prima Nancy
era tan buena que, en vez de contradecirme, me daba la razón:
-Claro, sin contar que para entonces a lo mejor la Julita ya no te gusta y la dejas -me
decía, con realismo-. Y la pobre habrá perdido su tiempo miserablemente. Pero, dime,
¿ella está enamorada de ti o sólo juega?
Le dije que la tía Julia no era una veleta frívola como ella (lo que realmente le encantó).
Pero la misma pregunta me la había hecho yo varias veces. Se la hice también a la tía Julia,
unos días después. Habíamos ido a sentarnos frente al mar, en un bello parquecito de
nombre impronunciable (Domodossola o algo así) y allí, abrazados, besándonos sin
tregua, tuvimos nuestra primera conversación sobre el futuro.
-Me lo sé con lujo de detalles, lo he visto en una bola de cristal
con la Julita? ¿No te da vergüenza? ¿Con la hermana de la tía Olga?